« Yo es otro. »
EL INCONSCIENTE CONTRA LA NORMA


Jean-Marie Fossey

Este editorial se inscribe en el efecto de resonancia de dos acontecimientos estrechamente ligados.
El primero, el coloquio internacional que organizamos en París del 6 al 9 de noviembre, dedicado al lugar del inconsciente hoy. Las reacciones fueron ampliamente positivas. Ponentes, en su mayoría reconocidos por sus trabajos, procedentes de numerosos países y de diversas asociaciones analíticas, hicieron vivir el valioso hilo del coloquio: el de un diálogo entre psicoanalistas, filósofos, artistas y neurocientíficos.

Lo que sobre todo marcó a los participantes fue la voluntad de no limitarse a comentar a Freud o a Lacan, sino de hacer oír, cada uno desde su estilo y experiencia, lo que la revolución freudiana sigue aportando a la lectura del malestar contemporáneo y a la libertad de quienes consienten en el análisis.

Casi al mismo tiempo surgía un segundo acontecimiento: la presentación, por once senadores franceses, de una enmienda destinada, en nombre de una supuesta «coherencia científica», a suprimir toda cobertura por el Seguro de enfermedad de los cuidados que se reclaman del psicoanálisis. Aunque el psicoanálisis no se mencionaba explícitamente, la enmienda apuntaba oficialmente solo a las terapias «de inspiración psicoanalítica». Sin embargo, todos comprendieron que, detrás de ellas, era el psicoanálisis mismo lo que se buscaba deslegitimar, algunos llegando incluso a calificarlo de charlatanería.

Esta iniciativa política, finalmente retirada gracias a una movilización notable, incluida una petición de casi 90 000 firmas, recuerda que el debate en torno al lugar del inconsciente nunca está cerrado ni es puramente teórico: compromete una cierta concepción del sujeto y de lo que nuestra sociedad acepta, o rehúsa, escuchar de lo humano, de su singularidad, de su división, de la poesía misma de la lengua.

Permítanme aquí un rodeo por la cuestión del sujeto y de su división. Puesto que Freud y Lacan nos enseñan que los poetas nos preceden, ¿cómo abordarla mejor que volviendo a ese famoso enunciado rimbaudiano «Yo es otro»?
 Cuando Rimbaud escribe estas palabras a los diecisiete años, no lanza una provocación: abre una brecha en la concepción tradicional del sujeto. En una sola fórmula hace tambalear la herencia cartesiana y anuncia, antes que Freud, que existe en nosotros una palabra que nos precede y nos supera.
Ese «se me piensa» condensa ya lo que Freud llamará algunas décadas más tarde el inconsciente.

Jacques Lacan se inscribirá plenamente en esta filiación. En uno de sus primeros seminarios, evoca a Rimbaud y afirma: «El descubrimiento freudiano tiene exactamente el mismo sentido de descentramiento que aporta el descubrimiento de Copérnico. Se expresa bastante bien mediante la fórmula de Rimbaud: Yo es otro».


Lacan reconoce aquí el alcance revolucionario de este aforismo, que se convierte para él en una fórmula estructural. El sujeto no es uno, está dividido. Ya no es la fuente de su palabra, sino el efecto de un lenguaje que habla en él. Ya no es yo pienso, sino eso piensa en mí. Dicho de otro modo, el pensamiento no procede del yo consciente: surge de otro lugar, el del inconsciente, lo que Lacan llamará el discurso del Otro.

Más de un siglo después de estas rupturas mayores, la cuestión sigue candente: ¿qué lugar concede aún nuestro mundo a esa parte de sombra, de deseo y de lenguaje que constituye a cada uno de nosotros? En un tiempo obsesionado por la medida, la visibilidad, la optimización, el inconsciente genera desorden. La singularidad molesta. El sujeto dividido inquieta. Todo parece empujar a eliminar lo imprevisible: mediante las neurociencias, los algoritmos, los protocolos, como si lo real del psiquismo pudiera disolverse en la transparencia.
La prueba es que, en este contexto, ha resurgido la idea de expulsar la referencia psicoanalítica del campo del cuidado. La enmienda recientemente retirada constituye solo un episodio más: un síntoma.

Menos una propuesta de ley que un fantasía colectiva tenaz, la de acabar con una práctica que recuerda que en cada uno existe una parte irreductible, no cuantificable y no normalizable.

El psicoanálisis, porque escucha lo que se escapa, aparece como un cuerpo extraño en una época que quiere reducir el sufrimiento psíquico a parámetros medibles o a herramientas de ajuste conductual.

El coloquio de la FEP lo recordó: la palabra no puede dejarse encerrar en un protocolo estandarizado; el síntoma se escucha allí como un mensaje que descifrar más que como una anomalía que corregir; y el encuentro entre dos sujetos prima sobre cualquier dispositivo metodológico o normativo.

Todo intento de marginalización ataca ese lugar: la posibilidad, para un sujeto, de decir algo de su historia, de su deseo, de su opacidad. La amenaza legislativa, incluso retirada, fragiliza no solo a los clínicos de hospitales, CMP, instituciones y consultas privadas, sino también la confianza de los pacientes que, ya de por sí, dudan en depositar su palabra.

Sin embargo, nada justifica científicamente tal exclusión. Desde hace veinte años, metaanálisis y ensayos controlados reconocen la eficacia de las psicoterapias de inspiración psicoanalítica, especialmente en situaciones complejas, aquellas que precisamente escapan al pensamiento prefabricado. La Asociación Americana de Psicología, así como varios trabajos recientes en Francia, lo confirman.

En un mundo que sueña con un hombre regulable, ajustable, sin resistencia, no sorprende que el psicoanálisis sea periódicamente amenazado. Nos recuerda lo esencial. El ser humano tropieza.

Desea. Sufre. Habla. Y, en ese acto, se descubre.


 Mientras no renunciemos a esta verdad, el psicoanálisis tendrá su lugar. Y mientras nuestra época intente borrarlo, habrá que seguir recordando, con Rimbaud, que «Yo es otro».
No es una amenaza contra el psicoanálisis.
 Es una amenaza contra lo que somos.

Una amenaza siempre dispuesta a resurgir. En el momento en que se escribe este editorial, está en curso de elaboración en Francia una propuesta de ley: prevé confiar a los «centros expertos» un papel central en la organización de la psiquiatría y consolidar la legitimidad de una fundación de derecho privado: FondaMental. Tal evolución crearía un «casi monopolio» sobre el diagnóstico y las orientaciones terapéuticas, constituyendo un giro mayor. El riesgo sería una hegemonía acrecentada de los enfoques biomédicos en detrimento de la diversidad de prácticas y de las terapias de la palabra.