¿Qué queda del psicoanálisis?
por Stéphane Fourrier
Esta pregunta puede entenderse de diferentes maneras. La manera nostálgica: ¿qué queda de nuestros amores, de los tiempos apasionantes del psicoanálisis? O la manera política: ¿qué lugar tiene hoy el inconsciente, del que sabemos, desde Lacan, que es político? ¿Sigue existiendo el psicoanálisis como práctica, como referencia, como inspiración, como influencia?
¿Qué queda también del corpus y de las investigaciones psicoanalíticas? ¿Sigue el psicoanálisis siendo vivo y fecundo en hallazgos, tanto en el plano conceptual como en la práctica? ¿El oro puro del psicoanálisis, del que hablaba Freud, sigue arrojando algunas luces, y esas luces son perceptibles? ¿Qué ha cambiado que pueda medirse hoy en día? ¿Sigue el psicoanálisis logrando algo para alguien? ¿Qué queda de la palabra en la era de la comunicación?
Nuestros próximos coloquios giran en torno a esta pregunta: las jornadas de marzo en Bruselas con la cuestión de qué queda por salvar de humanidad en el lazo social, las jornadas de junio en Barcelona sobre la transmisión del psicoanálisis, y el congreso de noviembre en París sobre lo que implica evacuar la realidad del inconsciente. No es ni nuevo ni anormal que esta realidad perturbadora, la del inconsciente, sea cuestionada. Freud no se inmutaba demasiado por las hogueras donde se quemaban sus libros. Lo nuevo es la manera en que se ha impuesto una burocracia del pensamiento en un contexto más general de omnipotencia de lo que llamaría el discurso de la comunicación, una nueva variante del discurso del Amo adoptada por los propios Estados. La comunicación, la “Com”, resolvería lo imposible de gobernar, librándose al mismo tiempo de la necesidad de confrontarse con los otros dos imposibles señalados por Freud: lo imposible de educar y lo imposible de curar.
Con esta “expulsión” de lo imposible, este pragmatismo del “todo está permitido si la situación lo impone”, lo que se evacúa es la humanidad misma, si consideramos que lo que nos hace humanos es esa dialéctica entre el decir y lo imposible de decir (a lo que se suman los imposibles de hacer, de ser, de gozar). Esta dialéctica es la de cada sujeto, la que hace que haya sujeto. Lo que el psicoanálisis tiene que hacer valer, a través del reconocimiento de la realidad del inconsciente, es la realidad de lo que hace al ser humano y la realidad de lo que produce ignorarlo: un mundo inhumano.
¿Cómo dar cuenta de ello y seguir haciendo vivir este descubrimiento? Es toda la cuestión que la FEP se propone trabajar este año. ¿Deben entonces los psicoanalistas convertirse en comunicadores? ¿Deben vulgarizarse los conceptos psicoanalíticos? ¿Cómo volver a poner a trabajar, como una cuestión crucial para la humanidad, lo que el psicoanálisis plantea? ¿Cómo, por el contrario, reintegrar los demás discursos en la realidad en lugar de pretender combatirlos o ignorarlos? ¿Cómo hacer oír lo que de los conceptos psicoanalíticos puede hablarle a cada uno, cuando han sido rechazados como ininteligibles, fuera de la supuesta realidad actual?
La pregunta que, en mi opinión, se plantea al psicoanálisis es saber qué quiere y qué puede hacer valer como alternativa a las ilusiones modernas que la aspiración a la felicidad puede forjar.
¿No debería seguir aliándose con lo que hay de resistencia de la parte subjetiva en cada uno frente a los peligros y los extravíos de la modernidad? El discurso psicoanalítico no tiene nada que ganar oponiéndose a otros discursos que forman parte de la realidad tanto como él. Sin embargo, a diferencia de los otros discursos, el psicoanálisis es la realidad, como decía Lacan. Esta realidad es la del inconsciente. ¿En qué sentido es la realidad? Esta afirmación puede parecer presuntuosa o incluso completamente “desquiciada”. La realidad de la que se trata es aquella que incluye lo humano en lugar de pretender excluirlo de la realidad que construye. No se trata, por supuesto, de dar lecciones de humanidad, sino de recordar que la cuestión de la inhumanidad no puede resolverse ni por la fuerza ni por el desprecio, ya que es una cuestión dialéctica en el corazón de todo funcionamiento humano.
Esto no significa que todo sea relativo, como afirman otros discursos. Al contrario, el psicoanálisis se basa en el hecho de que la única casa habitable, fecunda, segura, abierta a la alteridad, a la realidad, es la de la palabra, la del eso habla, que no tiene por qué justificarse, hacerse comprender o simplemente hacerse tolerar para estar ahí. Cada quien es libre de asumir las consecuencias y buscar desviar los golpes del destino. La primera necesidad del ser humano es funcionar con un Otro. Resta saber con qué Otro y de qué manera.