
Transmitir lo que no se enseña
Alejandro Pignato
A pocos días del coloquio que tendrá lugar en Barcelona bajo el título Las paradojas de la transmisión en psicoanálisis, surge una reflexión sobre la compleja articulación entre formación, enseñanza y transmisión, tres conceptos que, aunque cercanos, no son equivalentes y cuya distinción resulta crucial para quienes nos interesamos en lo que hace posible —o imposible— el devenir de un psicoanalista hoy.
Freud, desde los inicios del movimiento psicoanalítico, sostuvo que la formación de un analista debía apoyarse sobre tres pilares: el análisis personal, la supervisión y el estudio teórico. Este trípode fundacional no solo estructuró institucionalmente las primeras tentativas de formación, sino que también señaló un límite: el psicoanálisis no se enseña como cualquier otro saber. Si bien hay una enseñanza posible del psicoanálisis —en tanto se puede hablar de él, explicarlo, comentarlo—, lo esencial de la experiencia que lo constituye permanece fuera de todo control pedagógico. Freud mismo se vio confrontado a este límite cuando, al final de su vida, afirmó que el psicoanálisis es uno de los “oficios imposibles”.
Lacan retomará esa afirmación y, en 1976, irá aún más lejos al declarar que el psicoanálisis es intransmisible. Pero no lo hace para renunciar a la transmisión, sino para subrayar que esta no puede confundirse con la enseñanza académica ni con la reproducción de un discurso autorizado. Transmitir el psicoanálisis es, paradójicamente, transmitir un vacío, un no-saber, una experiencia que no se deja atrapar en el saber constituido. De allí la necesidad de que cada analista reinvente el psicoanálisis, partiendo de su propia experiencia, de la marca que el inconsciente haya dejado en él a través de su análisis personal.
Este punto resulta crucial: la formación no se reduce a la enseñanza ni a la transmisión. Estudiar textos psicoanalíticos es posible, pero ello no forma analistas. Transmitir el psicoanálisis es necesario, pero tampoco garantiza la formación. Solo la experiencia del inconsciente, tal como se despliega en una cura, permite que algo de lo más singular en un sujeto se articule como deseo de analista.
Lacan formalizó esta idea en su propuesta del pase, un dispositivo que no busca validar conocimientos ni medir competencias, sino localizar, a posteriori, las condiciones que permitieron a un sujeto devenir analista. La autorización, en psicoanálisis, no proviene de un título ni de una institución, sino del propio sujeto, en la medida en que haya logrado operar un pasaje que lo lleve a sostener una posición: la de encarnar ese deseo inédito que hace posible el acto analítico.
Gérard Pommier ha insistido, en esta misma línea, en el carácter paradójico del deseo del analista: no es un deseo común, no es una voluntad, ni una intención consciente, sino un punto de contacto con lo real que se articula en el vacío dejado por la caída de las identificaciones. El analista es, para el sujeto en análisis, un semblante, pero un semblante atravesado por una pregunta que no se resuelve: ¿Qué quiere el analista? Y es en el mantenimiento de ese enigma donde se juega la eficacia de la transferencia. El deseo del analista, tal como lo señala Pommier, no puede idealizarse: se trata de un “deseo advertido”, es decir, trabajado, desprendido de los fantasmas que lo empujaban al lugar de un Otro supuesto saber.
Esta crítica a las identificaciones idealizadas la comparte también Moustapha Safouan, quien no dudó en señalar el riesgo que corre el psicoanálisis cuando se encierra en estructuras institucionales rígidas o en formas dogmáticas de enseñanza. Para Safouan, la transmisión del psicoanálisis solo tiene sentido si se mantiene abierta a la experiencia subjetiva y si evita el cierre del discurso en la repetición de fórmulas o en la veneración de figuras tutelares. Enseñar el psicoanálisis no debería ser nunca imponer una ortodoxia, sino acompañar a cada sujeto en su recorrido, en su elaboración, en su encuentro con lo que del inconsciente se manifiesta en su propio decir. En este sentido, podemos pensar que para Safouan la transmisión siempre es singular y nunca protocolizable.
Frente a estos desafíos, el coloquio de Barcelona se presenta como un espacio privilegiado para poner en juego estas cuestiones. No se trata simplemente de “hablar de la transmisión”, sino de asumir el riesgo de hacerla operativa. De reunir voces distintas, recorridos heterogéneos, apuestas singulares, que permitan circunscribir, en lo posible, lo que se transmite de una experiencia que no se enseña.
En este sentido, la iniciativa de la FEP se inscribe en una doble apuesta: por un lado, acoger en su seno las múltiples formas de articulación entre deseo, formación y acto; por otro, sostener espacios de elaboración colectiva donde el psicoanálisis pueda seguir reinventándose, sin ceder a la tentación de la homogeneización ni a la comodidad de las identificaciones.
Esta misma apuesta tendrá continuidad en el encuentro previsto para noviembre, en el cual nos interrogaremos sobre el lugar del inconsciente en la actualidad. ¿Qué lugar ocupa el inconsciente en una época dominada por el imperativo de la transparencia, la eficacia, la evaluación permanente? ¿Cómo se aloja el sujeto en discursos que privilegian lo mensurable y lo previsible? ¿Y qué puede decir el psicoanálisis, desde su lugar marginal, respecto a estos modos contemporáneos de subjetivación?
Formación, enseñanza, transmisión. Tres palabras que volverán a resonar, desde otros ángulos, en esa segunda jornada. Si en Barcelona nos enfrentamos a la paradoja de transmitir lo intransmisible, en noviembre intentaremos situar los efectos de esa paradoja en el contexto actual, donde lo que está en juego no es solo la formación de nuevos analistas, sino también la posibilidad misma de que el inconsciente siga teniendo un lugar.
Porque, como bien lo sabían Freud, Lacan y todos aquellos que han apostado por el psicoanálisis como práctica ética, no se trata de formar técnicos, ni de enseñar protocolos, ni de transmitir verdades cerradas. Se trata, más bien, de mantener abierto un espacio donde algo del sujeto pueda hablar, donde el lenguaje vuelva a tener efectos, donde el deseo, en tanto enigma, pueda ser sostenido.
En esa dirección, este coloquio —y el que vendrá— nos convocan a renovar nuestra implicación con una práctica que, en su núcleo más íntimo, resiste toda forma de domesticación y adaptación.