Editorial octubre de 2024, por Hélène Godefroy
La FEP no es sólo una asociación, es también una idea nueva en Europa.
La Fundación Europea para el Psicoanálisis es un lugar de encuentro y de investigación internacional que, desde su creación, ha demostrado su compromiso con el psicoanálisis, demostrando su eficacia y su capacidad para extenderse cada vez más. Tanto más cuanto que el suelo multilingüe en el que se fundó esta asociación ha dado lugar a un intercambio de experiencias clínicas particularmente rico y sorprendente, invitando a la exploración de nuevas vías teóricas.
Los miembros patrocinados, psicoanalistas europeos y sudamericanos, ponen en común sus diferencias, constituyendo un grupo heterogéneo en términos de cultura, historia e idioma, compartiendo en cada reunión la singularidad de su enfoque. Y a pesar de sus referencias conceptuales a veces distantes, todos abordan las formaciones del inconsciente, sin perder nunca de vista al «sujeto» en cuestión. Esta sinergia nos recuerda que nunca hay dos curas iguales y que cada sesión reinventa el acto analítico a través de una transferencia singular. Y es precisamente esta diversidad subjetiva, libremente compartida entre los miembros, lo que hace que nuestra institución sea única.
Y, en efecto, nuestra ética favorece la observación clínica, invitando a la prudencia en cualquier teoría « convencida ». Nos negamos a clasificar al sujeto en categorías de estructuras predeterminadas, cuando no binarias. Al contrario, desde hace casi treinta años, la Fundación es un lugar donde se permiten descubrimientos audaces. Nos atrevemos a despegar contra los vientos de la Doxa. Debemos a Gérard Pommier el haber tenido las agallas de dar a la asociación la chispa de la transgresión, como valor añadido, en este caso el de resistir a la sacralización de una figura maestra, y por tanto al discurso dominante revestido de sus ritornelos teóricos.
De hecho, el FEP sigue los pasos de Jacques Lacan, recordándonos que este nunca obligó a nadie a adherirse a su doctrina ni a su sistema de pensamiento, y menos aún a las especulaciones inflexibles de una clínica sin sujeto. No, él mismo siguió las huellas freudianas en torno a la invariante edípica, salvando a la metapsicología de la deriva de una ego-psicología sine sujeto. Su saber cultural y la singularidad transferencial de su práctica le llevaban, en sus seminarios, a hablar al mismo tiempo que pensaba. Espontáneamente, Lacan proponía tesis a su auditorio, pistas de reflexión que experimentaba clínicamente, para cuestionarlas después, hasta la víspera de su muerte. En realidad, nunca cerró el libro de sus descubrimientos. Su compromiso con el psicoanálisis perpetuó el descubrimiento de Freud, y luego, gracias a sus propias y deslumbrantes intuiciones, le permitió ir más allá de los límites del conocimiento inconsciente, apoyando la hipótesis de que su estructura es un lenguaje. Su representación inédita de la esfera psíquica le permitió inventar nuevos conceptos, dejando claro a sus discípulos que una teoría sigue siendo un postulado siempre abierto a cuestionamientos.
Esta herencia freudo-lacaniana es nuestro fermento. A la luz de los fenómenos de nuestra modernidad, la estructura psíquica del sujeto «formando un todo covariante» (es decir, no cerrado) sigue siendo el terreno privilegiado de todas nuestras investigaciones. El propio Lacan trabajaba en esta dirección cuando propuso el luminoso texto, Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano. La función del psicoanalista es «escuchar». Una escucha que nuestros nuevos pacientes nos obligan a despojarnos de todo prejuicio. Cada época tiene su queja particular. Y, a riesgo de trastornar el pensamiento social, las nuevas formas de sufrimiento dan un poco más de visibilidad a los recovecos aún oscuros de la anatomía psicológica del sujeto. Así que es imposible fijar una teoría fija. Su principio subversivo nos obliga, con el tiempo, a cuestionar toda certeza. Tomemos, por ejemplo, el fenómeno transgénero, una tendencia imposible de evitar hoy en día. Más allá del sufrimiento puberal que cristaliza una identidad sexual naciente, ¿qué nos enseña realmente la adolescencia contemporánea sobre la binaridad del género? Ya sea hombre o mujer, el paciente sigue siendo ante todo un sujeto al que hay que escuchar… Y, en efecto, ¿estamos en condiciones de afirmar que un síntoma puede ser exclusivamente femenino o, a la inversa, estrictamente masculino? ¿Estamos seguros de haber comprendido lo que Lacan intentaba demostrar cuando se le ocurrió proponer una escritura matemática de la sexuación? No olvidemos que el transexualismo surgió en su época (el concepto data de 1978). Lo que el propio Freud pensaba de las mujeres en 1905 ya no le interesaba en 1931. Tampoco dudó en dar marcha atrás en sus demostraciones teóricas. El síntoma transgénero, reivindicado hoy por las jóvenes generaciones, es una palabra subversiva del inconsciente, entre muchas otras. Sin escuchar esta palabra legítima, ninguna teorización será un acto de verdad. De hecho, tanto Freud como Lacan tuvieron la lucidez del investigador para reconocer que muchos axiomas estructurales estaban aún por descubrir. ¡El sujeto siempre contradecirá los modelos de la civilización por el cuestionamiento psíquico que nos impone!
Y lo que nos reúne en la Fundación es precisamente esta realidad del sujeto inconsciente, que no deja de sorprendernos. En lugar de ignorarla, estamos atentos a todas las formas de demanda, incluso a las más inesperadas.
La ortodoxia post-lacaniana, apegada a la influencia de una figura imposible de trascender, se ve así atrapada en sus propias debilidades, alejándose de su apogeo (tal vez a pesar suyo) y liberándose poco a poco de él. No cabe duda de que el contexto político ha influido. El eco de las nuevas corrientes de pensamiento, que sacuden nuestra sociedad, hace vacilar inevitablemente los dogmas y da un nuevo impulso al pensamiento analítico.
Desde hace algunos años, Gérard Pommier, el último de los cuatro, anticipa la posibilidad de que una asociación psicoanalítica innove una y otra vez, confrontándonos a un nuevo tablero institucional. ¿Cómo afrontar el reto inédito de una asociación «sin líder»? Nos había preparado para esta tarea de emancipación. Para la nueva generación, y para el futuro del psicoanálisis, la desaparición de un maestro nos obliga a experimentar nuevos modelos de transferencia de trabajo. Pero, contra viento y marea, se ha formado naturalmente una colegialidad institucional, con el proyecto de no abandonar nunca la alteridad que nos reúne y de proseguir la vía del psicoanálisis de campo, que fue una de las principales razones de la creación del FEP.
De hecho, con la desaparición de los grandes nombres del psicoanálisis, es el mundo analítico en su conjunto el que se encuentra en el umbral de una nueva era, que revela el sentido mismo de nuestra disciplina: a la vista de la subversión que la impulsa, el futuro del psicoanálisis sólo podrá perpetuarse siempre fuera de los caminos trillados.