Editorial septiembe de 2024, por Jean-Marie Fossey

 

Gérard Pommier, ya un año…

En 1992, en un momento importante de la historia del psicoanálisis, cuatro analistas eminentes: Claude Dumézil, Charles Melman, Gérard Pommier y Moustapha Safouan, decidieron crear un espacio de intercambios y debates teóricos entre psicoanalistas e intelectuales de diferentes países, corrientes y escuelas psicoanalíticas. Si bien la FEP debe su creación a la amenaza de una regulación que pesaba sobre el psicoanálisis dentro de la Unión Europea, hoy en día su defensa sigue siendo una prioridad. Bajo el significante de transmisión, se nos plantean varias preguntas: la formación de los analistas, la promoción de iniciativas que aborden el estudio, la profundización, la interpretación y la difusión del conocimiento de la obra de Freud, Lacan y algunos otros.

Durante todos estos últimos años, le debemos a Gérard Pommier haber inspirado en esta institución espacios de trabajo donde la libertad es grande, donde la pluralidad tiene su lugar, donde las decisiones doctrinales no tienen cabida y donde la apertura es necesaria para proporcionar una base sólida para el encuentro y el diálogo entre psicoanalistas, pero no solo entre ellos, también entre cuidadores, educadores, científicos, escritores, estudiantes, artistas… 

Quien tuvo la oportunidad y la suerte de encontrarse con el deseo de Gérard Pommier sabe que él fue un psicoanalista comprometido con la defensa y la ética del psicoanálisis, y que las cuestiones planteadas por la práctica analítica siempre estuvieron en el centro de su trabajo, con la preocupación de seguir elaborando e inventando a partir de lo inusitado que aporta la cura, sin dejar de afirmar que el psicoanálisis tiene un alcance político, y que nunca está alejado de lo que constituye la subjetividad de la época. 

Un año después de su fallecimiento, parecía importante recordar lo que le debemos en las orientaciones actuales que seguimos apoyando dentro de la FEP.

 

La transmisión hoy: «reinventar el psicoanálisis»

Hace exactamente treinta años, el 18 de junio de 1994, la Fundación Europea para el Psicoanálisis organizó una jornada de encuentro sobre la formación de los psicoanalistas en París. Un encuentro crucial para los analistas y el psicoanálisis, donde se trató de volver a poner en el centro de la escena la transmisión, el devenir de la práctica de la cura analítica y la eficacia de esta teoría subversiva con la que no se puede dejar de retomar contacto.

Varios analistas se sucedieron en la tribuna de oradores para recordar cuánto la formación del psicoanalista y su reconocimiento siguen siendo un enigma.

Ya en 1937, respecto a la cuestión de la transmisión, Freud constataba tardíamente que analizar es el tercero de los oficios imposibles. Profundamente preocupado por la transmisión del psicoanálisis, dejó este proyecto a la Asociación Internacional de Psicoanálisis. En 1979, en la revista *Ornicar?*, Lacan escribió: «Hay cuatro discursos. Cada uno se toma por la verdad. Solo el discurso analítico es la excepción. Uno podría concluir que sería mejor que dominara, pero precisamente este discurso excluye la dominación, en otras palabras, no enseña nada. No tiene nada de universal: es justamente por esto que no es materia de enseñanza. ¿Cómo enseñar lo que no se enseña?». Ese mismo año, en el Congreso de la Escuela Freudiana de París sobre la transmisión, Lacan concluyó: «Ahora empiezo a pensar que el psicoanálisis es intransmisible. Es realmente molesto. Es realmente molesto que cada psicoanalista se vea obligado —ya que debe verse obligado— a reinventar el psicoanálisis…». 

Sin olvidar el famoso aforismo lacaniano: «Nunca hablé de formación analítica. Hablé de formaciones del inconsciente».

 

Durante esta jornada, cada uno de los oradores hizo uso de su diferencia: por citar solo a los fundadores de la FEP, brindó la oportunidad a Gérard Pommier de decir lo que nunca dejaría de repetir: «el advenimiento del deseo de un psicoanalista dependerá únicamente de su cura y no deberá nada a la institución, ya que está claro que si solo existen formaciones del inconsciente, las asociaciones de analistas o la universidad no tienen ningún papel en la formación de los practicantes». Obviamente, el psicoanálisis no se aprende en los libros, repetía Freud, ni se transmite en los bancos de la universidad. Lo que no quiere decir que no pueda encontrar allí su lugar.

El deseo del analista, ese “x” operante en las curas, enigma del deseo sobre el cual se apoyan tanto la teoría como la práctica, fue interrogado a su manera por Charles Melman: para el analista, «¿Pero cuál es su goce? Porque, de todos modos, para hacer lo que hace, debe haber una forma de gozar que debe ser bastante excepcional, bastante rara y, en todo caso, extraña, ya que eso hace x». Una locura, como pudo decir Lacan.

A Claude Dumézil le debemos la cuestión esencial de la formación en progreso continuo: «¿Se puede ser un practicante esclarecido y concienzudo del inconsciente sin tener una mirada sobre los resortes profundos de esta práctica, como si uno hubiera terminado alguna vez, de una vez por todas, con su formación?». 

A Moustapha Safouan le correspondió abordar la historia y el lugar de las instituciones y sus crisis sucesivas. Recordando que para que una institución funcione, se requiere «analistas cuya formación no se degrade en ritualización, ni se deje desviar por las rivalidades, las reacciones de prestigio y la búsqueda de originalidad a cualquier precio, que alimenta la psicología de grupo».

 

Treinta años después, la transmisión y la formación de los psicoanalistas siguen siendo motivo de debate, y la cuestión de Lacan sigue sin resolverse: ¿cómo enseñar lo que no se enseña?

La mayoría de los últimos alumnos de Lacan desaparecen uno tras otro, dejando a cada uno la responsabilidad de convertirse en analista. Numerosos, reunidos por fidelidad, por amor a uno o varios maestros del psicoanálisis, ¿se trata de seguir y repetir su ejemplo? Francis Hofstein refuta esta idea cuando escribe en *Un amour de Lacan*: «en lugar de reducirse a ser meros portavoces de sus discursos, y visitar su obra como un monumento, más bien hay que beber de su fuente e intentar, en la medida de lo posible, no repetir sus errores».

En el hilo de esta propuesta, sin romper el vínculo con lo que nos han transmitido, ¿no es necesario repensar la transmisión? Más allá de la cura (experiencia de transmisión ineludible del psicoanálisis en su dimensión interna), es esencial encontrar caminos siempre renovados para intentar transmitir, dar testimonio de lo inusitado de nuestra práctica, así como del enigma del deseo del analista. Además, tratemos de seguir desarrollando una política institucional del psicoanálisis, manteniendo al mismo tiempo una atención renovada sobre el funcionamiento de este lugar de transferencia de trabajo.

La tarea no es menor, ya que en 2024, a modo de despojo de vestiduras, en muchas instituciones psiquiátricas, médico-educativas y universitarias, se han eliminado los referentes de la dimensión singular de la sexualidad, la realidad fantasmática vinculada a la vida pulsional inconsciente, en favor del trastorno del neurodesarrollo. Aunque los avances en las neurociencias no logran refutar ni socavar científicamente la herencia freudiana del descubrimiento del inconsciente.

 

En resumen, en las sociedades analíticas, recordemos que la transmisión sigue siendo una cuestión crucial, siempre a interrogar. Para nuestra institución, una cuestión aún más pertinente en este momento importante, con la implementación del estatus de miembro asociado, especialmente dirigido a las nuevas generaciones.

 

El desafío a mantener: un lugar de transferencia de trabajo abierto, una vez establecidas las reglas mínimas de funcionamiento, la experiencia de la historia de las instituciones aboga ciertamente por un modelo de organización lo más simple y menos estructurado posible. Un lugar abierto, alejado de los círculos cerrados de analistas, sabemos cuánto pueden comunicarse mal las sociedades entre sí, como señalaba Jean Clavreul, y terminar por «adoptar cada una un lenguaje propio que finalmente funciona como un metalenguaje accesible solo a los iniciados, y que así se convierte en un lenguaje de dominio».

Un lugar plural, alejado de los callejones sin salida del pensamiento único, del dogmatismo, donde las divergencias, las contradicciones y la multiplicidad de discursos tienen cabida. Donde la puesta a prueba de las teorías que fundamentan nuestras prácticas está siempre en movimiento y permite la acogida de lo inesperado.

 

Desde una perspectiva decididamente política, portavoz de este legado dejado por Freud, Lacan y algunos otros, ¿no es deber de cada analista y de su comunidad seguir testimoniando la eficacia de la hipótesis del inconsciente que nuestra teoría postula, de la praxis del psicoanálisis siempre reinventada a la luz de la época contemporánea?

 

Frente a la expectativa de formación de los jóvenes colegas, las nuevas demandas, los nuevos síntomas, los nuevos modos de goce, treinta años después de aquella jornada, ¿no sería necesario una vez más para la FEP retomar el agudo arado de la verdad freudiana sobre esta cuestión, a través de la apertura de seminarios, carteles, publicaciones, coloquios…?

 

Un desafío mayor para continuar reinventando el psicoanálisis lo más cerca posible de la experiencia de cada cura, someter a debate la cuestión de la transmisión, la formación de los analistas, la práctica del psicoanálisis hoy y, más allá de las curas, defender su mantenimiento, su retorno en las instituciones, en la universidad, en lo social.

 

Es en la línea directa de esta necesaria transmisión que se inscribe el coloquio de la FEP en Madrid, que se celebrará los días 25, 26 y 27 de octubre próximos sobre el tema: 

“Angustia y depresión en la clínica psicoanalítica contemporánea”.

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